Bandismos y viceversas
No es mi costumbre meterme en berenjenales políticos
pero el cuerpo hoy me pide un poco de marcha (quizás cómo
en la canción de Rosario). Las elecciones catalanas de ayer han
dejado de nuevo una cosecha de guerra donde sólo caben, según
muchos de los "lideres políticos"allí convocados, ese
conmigo o contra mi que tan arraigado tenemos bajo nuestra morena
piel. Unos, los que planteaban esto como un referéndum en toda
regla, parecen olvidar que han votado más personas a favor del no
que los quieren emanciparse de casa de papa. Siendo las dos fuerzas
más votadas en las últimas elecciones, han perdido escaños,
ilusión e inercia, además de la poca vergüenza política que les
quedaba. Quieren seguir su carrera suicida contra todo y todos, a
pesar de que cada tienen menos gente detrás. Deberían hacérselo
mirar. Luego tenemos, enfrente, al otro lado de la llanura, los
partidos nacionales, inmóviles, impertérritos e inmaduros,
demostrando, una vez más, su incapacidad para liderar ni siquiera un
cambio de sentido en una carretera de tercera. Encerrados en su
terquedad y prepotencia, están ganando más votos por el
independentismo que quizás los propios nacionalistas. Ver para
creer. Quizás les sea rentable ahora en votos pero están echando
cianuro en todos los acuíferos de nuestra democracia. En medio, cómo
si de un árbitro de fútbol se tratase, están esos dos pequeños
adolescentes imberbes, llamados a liderar un cambio político en el
país y de los que la mayoría de los ciudadanos desconfía. Un
panorama bastante alentador. Idóneo para que cualquier inversor
extranjero nos monte aquí las empresas o un banco nos preste dinero.
Una bicoca, oiga.
Yo quiero decir una cosa. A título personal
pero que siento, según opiniones escuchadas, creo se acerca bastante
a lo que piensa una inmensa mayoría (y está de verdad, no de
maquillaje de cifras). Yo quiero a Cataluña con España. No me
gustaría divorciarme de una parte de mi país, a la que considero
tan mía como en el lugar en el que abrí los ojos por primera vez.
No querría divorciarme de un hermano porque las rupturas, por mucho
que las pinten de color de rosa, no dejan de ser eso: una fractura
entre dos sentimientos y después, por mucho que digan, ya nada es
igual. Si no, piensen ustedes en algunas de sus ex, a ver si la cosa
es mejor luego. Es posible que de vez en cuando, tras una noche de
borrachera y juerga, vuelvan a echar un polvo. Pero al día siguiente
se odiaran con ello. Y más, teniendo en cuenta lo que nos mola a
nosotros eso de odiarnos, criticarnos, despellejarnos y darnos
candela. Deporte nacional. Ahora bien, si esto va a más, que se haga
el maldito referéndum. Como en Escocia. Con tiempo, sinceridad en
las consecuencias, escenarios posteriores y demás milongas. Que
nadie pueda poner en su boca después de votar el tan manido "de
haberlo sabido habría votado lo contrario". Demostremos con
hechos porqué queremos que sigan siendo nuestros hermanos. No por
cojones, sino por convicción. No por miedo sino por amor. Si lo
único que se nos ocurre para decirles que no se vayan es que "ESTO
ES ESPAÑA, AU,AU,AU" y que aquí os quedáis por el tamaño de
los atributos del caballo de Espartero y tal, entonces, queridos, yo
mismo votaré porque se independicen porque tu y cualquiera, para su
familia, quiere lo mejor. Sino somos capaces de darles motivos para
que se queden, se acabarán iendo. Más tarde o más temprano.
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