En algún documental de esos de la 2, que sirven para dormitar después del cocido o las lentejas, vemos como, con distinta suerte, diversos animales luchan con tenacidad contra su destino. Bien sean salmones que luchan a contracorriente o gacelas huyendo de leones, todos saben a ciencia cierta que su fin, único e irrefutable, es el mismo que cualquier ser vivo: morir con todas las de la ley. A veces la vida te recompensa conociendo a algún ser humano excepcional, de esos que pasan por tu lado como un cometa. Incluso, a veces, disfrutas del tesoro que es su amistad y su cariño. Hace unos días perdí, en accidente de tráfico, a una de los mejores cometas que he conocido. Madrina de mi hija y como una hermana para mi mujer, Raquel era una joven de 36 años con un corazón inabarcable. Su vida nunca fue sencilla y en ninguna de las partidas que le tocó jugar en este tablero que es la vida le tocaron jamás buenas cartas. Como una gacela del Serengeti, ella se rebelaba una y otra vez contra su