Jugando bajo la lluvia
Una pequeña reflexión sobre el mundo. A ver que os parece...
JUGANDO BAJO LA LLUVIA
JUGANDO BAJO LA LLUVIA
Los tiempos cambian. Hace
unos días estaba asomado al balcón de mi terraza viendo llover. Se
que es algo bucólico pero de vez en cuando a todos nos gusta ver la
lluvia y nos apetece sacar nuestras penas de paseo. Hacemos un
ejercicio de autocompasión y nos ponemos tristes, empezando a
recordar lo que ya no tenemos, las personas que se han ido y los momentos que han pasado y jamas volverán. Tranquilos, no citaré a Jorge Bucay. Estaba en esta
autoflagelación espiritual cuando observé una pequeña pista
de deportes que se ve desde casa. En ella, totalmente solo, había un
chaval de unos 11 o 12 años, jugando con un balón. Recordé de
inmediato mi niñez. En mi barrio, como en muchos otros, había
también una pequeña pista donde a veces podíamos
llegar a reunirnos hasta una veintena de chavales. Jugábamos,
discutíamos, peleábamos, hacíamos las paces y volvíamos a jugar.
Llegamos a usar tanto aquella instalación que tras un par de años de uso
hasta la pintura de las porterías empezó a desprenderse.
Pero este niño del que
hablo, estaba sólo. Cierto es que llovía aunque no de manera
demasiado intensa. Yo mismo, cómo seguro que muchos de vosotros, he
jugado bajo algún diluvio mucho más intenso en alguna ocasión y hay que decir que, la
sensación de libertad que uno siente al caer la lluvia sobre sus
hombros mientras se corre detrás de un balón, es indescriptible.
Mirabas a tus amigos, igual de empapados que tu, y sonreíais. Corría
este chaval, volviendo a nuestro joven protagonista, de una portería
a otra, fintando y regateando a rivales imaginarios mientras
celebraba cada tiro, cada gol, cómo si fuese el que le daba a su
equipo un título importante. En un momento dado se detuvo, extendió
los brazos y, echando la cabeza hacia atrás, miró al cielo dejando
que la llovizna lo mojase. Mi cuerpo entonces recordó, como a buen
seguro sintió el chaval, esa agradable sensación de libertad. Ese
hormigueo que recorre todo tu cuerpo, sintiendo por un segundo como
cada partícula de tu cuerpo se conecta con cada átomo del universo.
Es algo indescriptible. Como notas y sientes cada gota golpeando de
manera suave, sutil y constante cada centímetro de tu cuerpo. Magia
de verdad, en definitiva.
Instantes después, una
madre preocupada, tras dar un par de voces represoras, devolvió al
chaval a la realidad. Y a mi también. Recogió este una sudadera del
suelo y se encamino a la salida no sin antes pararse, durante un
segundo, y echar una ojeada a la cancha donde acababa de vivir ese
momento. Durante unos instantes observé como aquel chaval se
despedía, mentalmente, de aquella pista. Volverían a verse, eso
seguro.
Y mi pena es esa. Yo soy
del 81, una gran añada por cierto, y recuerdo que cuando eramos niños jugábamos en la calle. Fuese a fútbol, a pillar, a policías y
ladrones, al guiso, a construir una cabaña o a las chapas, la calle
era nuestro territorio. Ningún adulto osaba profanarlo y en él,
eramos los reyes. Luego empezaron a aumentar los problemas con el
tráfico, el miedo paternal y razonable, por otro lado, a los
secuestradores, los violadores, las drogas y los episodios de
violencia callejera. Empezaron las primeras videoconsolas y los
niños, como los adultos, se acomodaron. ¿Para que imaginar si este
cacharro lo hace por mi?. Y para la mayor parte de los padres fue una bendición el poder tener a sus
hijos a buen recaudo en casa. Años después, con la aparición
de internet, facebook, twitter y demás redes sociales, la desidia de
estos críos ha llegado a tales niveles que yo he llegado a ver como
un padre desde el salón le manda un whatsapp a su hijo que esta en
el cuarto para que venga a comer. Esta sociedad se ha preocupado
tanto por resguardar a sus hijos que han hecho que estos crezcan
mutilados emocionalmente. Y eso me entristece. Estamos quitando a los niños una de las etapas más
importantes de sus vidas. Y a buen seguro, la más feliz. Nunca
volverán a tener 6 años. Nunca se imaginarán de nuevo que el árbol
en el que juegan es un barco pirata. No conseguirán volver a jugar
una final de un mundial en cada partido. Ni se sentirán de nuevo Superman, Batman, Spiderman o quien diablos este de moda ahora. Jamás
tendrán opciones de jugar bajo la lluvia con más libertad de la que
estaba jugando el otro día este chaval de nuestra historia. Y ese sera
el fin de nuestros días. El día que ningún niño desee jugar como lo hacía el chaval de la pista. Me apena pensar que, aunque yo me pueda esforzar en
intentar que mis hijos crezcan como yo lo hice, llegue un día en que
tengan que jugar solos bajo la lluvia. Y me entristece mucho que sean,
además, los últimos en hacerlo. Si ese día llega, no habrá nada
por lo que luchar. No hay nada más importante que el derecho de un
niño a jugar bajo la lluvia.
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